Por
Luis Ben Andrés
Tomado de:
Atalaya gestión cultural
Blog Cultural
27 de febrero de 2017
Esta conciencia de sus propias carencias hace que esta generación se muestre muy activa en la reflexión, búsqueda de opciones y propuesta en lo referido a la formación de gestores culturales. Paralelamente las instituciones públicas favorecen un proceso similar de reflexión y propuesta en torno a la formación, quizás también impulsadas por los gestores que desarrollaban su labor en su seno.
Este proceso ha sido recogido, estudiado y expuesto por el profesor Adrián Martinell en su día (Marcé y Martinell, 1995) y sintéticamente comprende los siguientes hitos:
Enero de 1981. Barcelona. I Jornadas de Animación Cultural. Organizadas por el ayuntamiento de esta ciudad se concreta en un espacio de encuentro y reflexión donde no sólo se trata de lo profesional sino que se debate en torno a las fronteras con otros ámbitos como tiempo libre, juventud, etc.
Febrero de 1982. Madrid. Primer Congreso de Animación Sociocultural. Organizado por la Diputación de Madrid aunque con el apoyo de otras diputaciones y ayuntamientos. De este encuentro nace la reflexión sobre la necesidad de incorporar lo cultural al campo de lo comunitario.
En 1984 se celebra en Barcelona Interacción 84. Un encuentro de la diputación con el apoyo del Ministerio de Cultura y que bajo el formato de escuela de verano reúne más de seiscientos profesionales. En este espacio se explicita de forma clara la necesidad de dotar a la cultura de un marco propio de conceptos operativos y de modelos de gestión propios.
En 1985 el Ministerio de Cultura organiza dos seminarios (Cuenca y Benicassim), a través de la Subdirección de Cooperación Cultural, sobre formación de trabajadores culturales en España. Fue un encuentro de personas e instituciones que estaban en ese momento trabajando en España sobre la formación de profesionales para la gestión cultural. Por primera vez se establece una distinción clara entre la formación dirigida al mundo asociativo y del voluntariado de una parte y, por otro lado, a los profesionales de la intervención cultural.
Entre los años 1980 a 1986 asistimos por otro lado a una eclosión de escuelas municipales y autonómicas de escuelas de animación sociocultural. Si en un principio se pensó que la figura del animador sociocultural era el perfil que podía acoplarse a las nuevas necesidades, posteriormente se ha visto como se trata de una figura profesional diferenciada del gestor cultural. Mientras que el animador trabaja en ámbitos comunitarios y grupales, con herramientas muy participativas y desde un enfoque dirigido a los cambios de hábitos, el gestor incide más en la gestión territorial y desde equipamientos especializados (teatros, museos, etc.). Lo cual no implica que ambos perfiles compartan en ocasiones instrumentos, fines, estrategias o intereses.
Con el paso del tiempo muchas de estas escuelas o han desaparecido o se ha reciclado a otros perfiles. Tal es el caso de la desaparecida EPASA (Escuela Pública de Animación Sociocultural de Andalucía) que en su momento no sólo se dedicó a la formación de animadores sino que realizó incursiones bastante serias en la formación de gestores en colaboración con la diputación de Cádiz en la formación de gestores de pequeñas poblaciones o con la Universidad de Cádiz en una formación de postgrado. Otro hito importante es el momento en que se plantea la necesidad de incorporar a la universidad a los procesos de formación de gestores culturales. Se trató con toda probabilidad de una alianza de intereses mutuos.