Autor:
José Antonio Mac Gregor Campuzano
Compartido por Colectivo El Itacate
Para la Red Nacional de Gestores Culturales
Los pueblos generan cultura con o sin el Estado, pero también es cierto que la producción cultural tiene operancia material y está vinculada a las condiciones económicas en las que un pueblo se enmarca y que si al Estado le corresponde la función de asegurar las condiciones más adecuadas para el desarrollo cultural de los pueblos, entonces el Estado debe ofrecer (lo que hemos denominado oferta institucional) recursos no para imponer sobre el tipo de cultura que el pueblo requiere, sino para fortalecer los proyectos culturales encaminados a dicho desarrollo, si es que estamos hablando de un Estado democrático.
Y así tenemos que existen danzas que no se llevan a cabo porque la comunidad no tiene el recurso económico para comprar la tela del vestuario ritual; o la fiesta comunitaria que comienza a extinguirse porque no alcanza para los cuetes, o para el pago de los músicos o para traer al cura al pueblo; o la banda de música que ya no tiene instrumentos suficientes o en funcionamiento; o los artesanos para los que la materia prima es ya inaccesible o necesitan apoyo para mejorar su diseño y comercialización; o el escritor indígena que no puede publicar su obra, llena de sabiduría y vitalidad, o la comunidad agobiada por el saqueo de sus piezas arqueológicas y que desconoce la normatividad federal en materia de protección del patrimonio histórico.
Entre estas necesidades y la oferta institucional fundada en concepciones “bancarias”, existe un abismo asombroso y a nivel público priva el desconocimiento y la falta de atención específica a estos problemas, y que son el sustrato de las culturas populares e indígenas; en gran medida el problema se debe, a la falta de promotores culturales que manejen adecuadamente los principales procesos de la planeación cultural que estimulen a las culturas locales y favorezcan su reconocimiento y revaloración entre la sociedad en general, para que sean consideradas en su justa dimensión.
El término de promotores culturales puede resultar demasiado amplio y ambiguo, por lo que iniciaremos una breve reflexión en torno a esta figura relevante para el desarrollo cultural.
En primer lugar, podemos hablar de promotores culturales naturales y que fueron formados por algún mecanismo no escolarizado en la especialidad comunitaria que, vía familiar o local, satisface una necesidad específica: ya habíamos mencionado a los artesanos, rezanderos, mayordomos, cuya función para reproducir la dinámica cultural del pueblo es fundamental.
También podemos mencionar a los promotores culturales que, desde las llamadas industrias culturales, buscan “vender” productos artísticos y culturales con la finalidad de garantizar la rentabilidad económica de dicha producción: agentes de ventas, difusores, investigadores de mercado, diseñadores de libros, discos, programas radiofónicos o televisivos, videos, revistas, espectáculos, galerías.
Aquí es conveniente señalar que este tipo de producción, a diferencia de la que regularmente hacen las instituciones públicas o las mismas comunidades, tiene como objetivo central la obtención de ganancias, lo cual no cuestiona su validez o legitimidad, en tanto generan productos necesarios para un público que los consume.
En muchas ocasiones, las instituciones públicas y grupos independientes crean estrategias de rentabilidad a partir de la comercialización de los productos que generan, lo cual (si dicha producción no se “fabrica” o “maquila” para presentarse de manera comercial) puede constituirse en una opción digna de analizarse, particularmente cuando existen serias restricciones presupuestales para el sector cultura.
Otro tipo de promotores culturales, son aquéllos que a partir de su situación como creadores artísticos especializados, impulsan, rescatan o innovan la producción cultural: músicos, escultores, escritores, dramaturgos, actores, bailarines, que estudiaron una carrera artística, o que sin hacerlo, dominan alguna disciplina artística y a ello se dedican exclusivamente.
Por ultimo, los promotores culturales que no necesariamente practican una disciplina artística, ni han sido formados para ejercer funciones comunitarias en alguna especialización de la gama de campos culturales tradicionales, ni laboran para una empresa o industria cultural, pero que trabajan en una institución del gobierno (en el sector cultura) o para una organización no gubernamental vinculada al mismo sector, o que es independiente con una trayectoria e interés en el sector, o que pertenece a alguna comunidad o grupo interesado en su desarrollo cultural.
A fin de hacer propuestas para la formación de estos promotores culturales, antes debemos partir de un perfil básico, que nos permita una mayor claridad de su función: el promotor cultural debe ser respetuoso, tolerante, dialógico, entusiasta, participativo en la vida comunitaria, honesto, y con una capacidad de adaptación a lo “diferente” que le favorezca la aceptación social.
Además de “actitudes”, se requieren una serie de “aptitudes”, principalmente en el manejo de elementos conceptuales, metodológicos y operativos mínimos, que le permitan una muy amplia concepción del fenómeno cultural, así como entender el desarrollo de las diferentes disciplinas artísticas o de las prácticas culturales tradicionales y relacionarlas con la vida cotidiana de la población; que le permitan llevar a cabo un ejercicio de planeación coherente, sistemático, viable y eficiente, en el que el impacto final posibilite el ejercicio de la ciudadanía cultural, la que según García Canclini, se refiere a la capacidad de ejercer libremente la elección no sólo de quién debe gobernar, sino de con qué bienes, actividades, creencias y prácticas culturales queremos relacionarnos.
Deben ser prácticas sistemáticas que favorezcan a un promotor cultural el definir objetivos de trabajo claros y bien sustentados en un diagnóstico socio-cultural, de los cuales se deriven estrategias pertinentes, amplias y diversificadas, a fin de poder trazar el diseño de actividades concretas de alto nivel de calidad, con mecanismos de seguimiento y evaluación acordes con necesidades bien identificadas, para que su trabajo no sólo derive en productos, sino en el fortalecimiento de procesos sociales. Esto ya no lo pueden ni deben hacer promotores improvisados, sino capacitados y con alto grado de arraigo comunitario reconocido socialmente.
El adecuado manejo metodológico le permitirá al promotor cultural, formular proyectos pertinentes y factibles, en los que el concurso de diversas instancias públicas, privadas o sociales será necesario, por lo cual el promotor deberá ser un incansable gestor de recursos, que podrán ser financieros, en especie o en servicios; igualmente deberá conocer el marco jurídico que regula la actividad, conocer los planes nacionales y estatales para la cultura y las artes, y deberá conocer la oferta institucional que existe en su estado y región.
La incorporación de nuevas tecnologías es otro de los retos que enfrentan los promotores culturales: actualmente, ya existen organizaciones indígenas y populares con acceso a internet, que planifican sus trabajos en computadora y con total manejo del video, acceso al radio y producción de discos compactos. La producción artística en interdisciplinas, o el performance, en todos los tipos de cultura, están revolucionando la estética y el consumo cultural y este consumo se encuentra en procesos de vertiginosa globalización mundial.
Aunque parezca una contradicción, la incidencia y funciones de la promoción cultural liberadora en el ámbito comunitario, implica impulsar la formación de promotores que trabajen por su desaparición de los espacios en los que actúan, porque la promoción cultural debe tender hacia la autonomía de los procesos culturales.
La autogestión comunitaria es uno de los objetivos más importantes de la promoción cultural, ya que actúa sobre la capacidad de decisión de los sujetos de su desarrollo, en la posibilidad de elegir qué desechar o qué incorporar a su vida cultural, porque supone la formación de cuadros comunitarios que sustituirán al promotor externo o complementarán al comunitario, garantizando así la permanencia de los procesos, que dejan de depender del favor de un funcionario o institución. La autogestión cultural adquiere suma relevancia en la construcción de la vida democrática.