Autor:
José Antonio Mac Gregor Campuzano
Compartido por Colectivo El Itacate
Para la Red Nacional de Gestores Culturales
La construcción de políticas culturales es una tarea que le corresponde a toda la sociedad; a todos nos toca la responsabilidad de aportar elementos teóricos, metodológicos y operativos que permitan superar la naturaleza opresiva de la “promoción bancaria” que los grupos dominantes han impuesto, a través de sus agentes culturales, de sus medios masivos de comunicación y de sus mecanismos de poder económico, político y social.
Evidentemente el Estado no es el único creador de una supuesta cultura nacional, ya que ésta no puede ser otra cosa que el espacio de encuentro y del diálogo entre las diversas culturas que conviven en el país; una cultura es experiencia histórica acumulada; se forja cotidianamente en la solución de los problemas grandes o pequeños que afronta una sociedad. La cultura consta de prácticas probadas y del sistema de conocimientos, ideas, símbolos y emociones que les da coherencia y significado; la única manera de que un grupo social participe en la construcción de una nueva sociedad, es a partir de su propio ser histórico y cultural; es en ese contexto donde podrá crear, proponer iniciativas, resolver problemas.
No basta con que el Estado reconozca la pluriculturalidad y la necesidad de descentralizar las acciones en las diferentes regiones que conforman el país. Es preciso que se comprometa en acciones concretas que impulsen, favorezcan, apoyen, fortalezcan y faciliten a las comunidades rurales y urbanas, el desarrollo de proyectos culturales diseñados y realizados por ellas mismas a partir de sus propias experiencias, conocimientos y aspiraciones.
A la promoción bancaria que deshumaniza al hombre al inhibirle su capacidad de creación, de reflexión, de diálogo, de autonomía, de recreación crítica, de solidaridad comunitaria y de proposición transformadora, debemos oponer la promoción cultural liberadora, a través de la cual las comunidades ejerzan una praxis cultural colectiva, consciente y permanente que nos permita construir nuestro futuro a partir de lo que realmente somos; y somos pueblos culturalmente plurales y creativos, que aspiran a una verdadera democracia en la que todos participemos en las decisiones, aportando la riqueza de las múltiples culturas que existen.
LA PROMOCIÓN CULTURAL AUTOGESTIVA.
Para la mejor comprensión del concepto de autogestión cultural que se presenta, se recurre a la propuesta teórica de Bonfil Batalla con respecto al control cultural, entendido como la capacidad social de decisión sobre los recursos culturales, es decir, sobre todo aquéllos componentes de una cultura que deben ponerse en juego para identificar las necesidades, los problemas y las aspiraciones de la propia sociedad e intentar satisfacerlas, resolverlas y cumplirlas.
Es pertinente subrayar que el control cultural, en tanto fenómeno social, es un proceso y no una situación estática; aunque para fines de descripción inicial se puede analizar como un momento de la historia.
Con el uso de la noción de control cultural se pueden distinguir, inicialmente, cuatro sectores dentro del conjunto total de una cultura, como se esquematiza en el siguiente cuadro:
Para mayor precisión conviene aclarar el sentido que se da aquí a algunos de los términos empleados en el esquema:
Recursos son todos los elementos de una cultura que resulta necesario poner en juego para formular y realizar un propósito social. Sin ánimo de hacer una clasificación definitiva, pueden identificarse al menos cuatro grandes grupos de recursos:
a Materiales, que incluyen los naturales y transformados;
b de organización, como capacidad para lograr la participación social;
c intelectuales, que son los conocimientos -formalizados o no- y las experiencias;
d simbólicos y emotivos: la subjetividad como recurso indispensable.
Decisión se entiende como autonomía, es decir, como la capacidad libre de un grupo social para optar entre diversas alternativas. Por supuesto, es necesario relativizar el concepto de libertad, que no debe entenderse en términos absolutos.
Toda comunidad, en tanta formación histórica-social, tiene una cultura que ha heredado de sus antepasados como una necesidad de contar con una identidad que la cohesione, les brinde sentimiento de pertenencia a sus miembros y le otorgue una personalidad, al tiempo que la diferencie de las otras otorgándole una originalidad particular.
Dicha identidad se relativiza, recrea y renueva (se actualiza) en las prácticas sociales concretas en las que se enfrenta, por los procesos de interacción con otras comunidades, a la posibilidad de distinguir lo propio de lo ajeno.
Es decir, existe una participación en la vida cultural que podemos denominar espontánea y que tiene como base la cotidianeidad, en la cual los miembros de una comunidad producen sus conocimientos, crean socialmente las reglas de sus sistemas de vivir, de saber, que significan mítica e ideológicamente a su mundo, creando las pautas productivas y expresivas de sus identidades.
La interacción con otras comunidades es un hecho histórico irreversible, al que se enfrentan la mayoría de las culturas del mundo; pero dicha interacción no se da siempre entre iguales.
Ya se señalaron algunas implicaciones del desarrollo del capitalismo, como penetración de la cultura hegemónica al interior de las culturas populares y algunas consecuencias de cierto tipo políticas culturales y de las concepciones “bancarias” de la promoción en las comunidades.
Lo que aquí nos interesa, es apuntar las principales consecuencias de dichos impactos en las comunidades que han desarrollado determinado tipo de cultura popular: la incompatibilidad entre las lógicas de interpretación de la realidad entre los agentes foráneos (gubernamentales, privados, no institucionales -cuando parten de concepciones “bancarias-“) y la de los miembros de la comunidad (a quien se destina la acción cultural) que ha desembocado en la auto desvaloración, el desconocimiento, la pérdida o la indiferencia de la comunidad con respecto a su propia riqueza y potencial cultural.
Petrich señala que la identidad forjada al interior del grupo, está influida por lo que el otro le reconoce como cierto, y que cuando ese otro juega un papel dominante, la identidad del grupo se ve mermada e influida, incluso sometida a lo que el otro piensa de él, dándose el caso en que los que los dominados niegan sus propias marcas de identidad e intentan parecerse más al dominante, con lo que se abren espacios de ajuste, y en casos extremos de asimilación.
Así pueden observarse a grupos culturales, como algunos indígenas, que cuando se enfrentan a los dominadores intentan borrar sus marcas de identidad, mientras que ese mismo grupo, frente a otro grupo cultural semejante, reivindica esas mismas marcas como sellos de identidad.
La capacidad comunitaria de enfrentar al agresivo avance de los medios de comunicación masiva y a las acciones redentoras y etnocentristas de los promotores “bancarios”, se ve diezmada paulatinamente provocando el desplazamiento, la devaluación, sustitución e incluso el rechazo de sus propios procesos de identidad cultural (la llamada “identidad negativa”).