Cuentos fantásticos de Chente Vásquez (2 de 3)

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Texto de:
Juan Antonio Canel Cabrera
Escritor
22 de diciembre de 2017

Tales dioses no vivían en el cielo o en lugar ignoto sino en la mismísima tierra, vecinos a toda la mara; es decir, en lo más alto del monte Olimpo. Chente tiene un cuento extraordinario, “El nacimiento de un mito” en el cual se sirve de una realidad concreta para explicar el proceso que acompaña a la creación de un mito.

En el cuento, lo fantástico llega a ser tan importante que, la propia realidad consigue ser un punto insignificante; sin embargo, para que dejemos de pensar en lo fantástico nos remite a la serpiente que da lugar al mito bíblico de la ingesta de la manzana que, a sabiendas que es un mito, todavía lo creemos como la historia fundacional de la especie humana. ¿Nos recuerda eso a Adán y Eva?

Pues bien, en ese mundo ágrafo ayuno de tantos recursos para guardar el tesoro de la realidad fantástica, el ser humano descubrió que, aprendiendo de memoria lo contado, podía preservar lo más importante de esa acontecer, encarnado en los mitos. De allí surgieron los extensos relatos homéricos y tantos otros que la bruma de los siglos hizo desaparecer. Y hasta el día de hoy no ha cesado de contar de manera oral y por escrito.

Podría decirse, entonces, que contar es parte de nuestra naturaleza humana. Pero contar ¿implica evadir nuestra realidad? Y, ¿evadirla para qué? ¿Será que la realidad es tan compleja e inabarcable que necesitamos la evasión? Creo que sí; necesitamos contar y que nos cuenten para partirle la madre a la realidad. ¿Evadir la realidad e inventar un recurso que aun no siendo lo mismo lo simule? Pedro Laín Entralgo, en el prólogo al precioso libro Los relatos más bellos del mundo, nos lo explica así: «La novela o el cuento nos hacen salir de nuestra realidad cotidiana, nos proyectan hacia un mundo radicalmente distinto de aquel en que vivíamos.

Y esto, ¿Por qué nos complace? Porque toda costumbre, hasta las más gratas, llevan en su seno adarmes o quintales de hastío. Porque el hombre necesita siempre ser “algo más”. En cualquier caso, porque el “otro” que con la lectura uno llega a ser, tiene algo que ver con uno mismo; en definitiva, porque para uno mismo no es tan “otro”»

En la actualidad, sobre todo con lo compleja que es la vida urbana, el ser humano necesita momentos para descansar de su realidad, para evadirla, para darse un respiro y contemplar la realidad fuera de ella.

Respecto a la narración como forma de evasión tanto para quien la escribe como para quien la lee, vuelvo con Pedro Laín Entralgo quien dice que «la llamada “evasión” hace que el lector sea dos cosas a la vez: un hombre distinto del que él habitualmente era y un hombre igual a uno de los que de modo secreto, por debajo de su existencia visible y habitual, él quería ser, y por lo tanto en cierto modo ya era. Sin dejar de ser evasión, la “evasión” lectiva es también “autorrealización imaginaria”. O bien, en términos teatrales: la lectura me convierte en un ser nuevo respecto de los en mí visibles y habituales, un personaje de los que en mi persona íntima quieren ser».

En el sentido anterior, la evasión que la literatura provee en el cuento se satisface plenamente si la lectura es placentera. Y ese es el papel que cumplen los Cuentos fantásticos de Chente. Contar asuntos cotidianos parece ser más fácil que contar algo fantástico; lo cotidiano, al contarlo, casi de cajón es creíble. En cambio lo fantástico implica la dificultad, para el escritor, de hacerlo creíble; que lo contado el lector no lo sienta artificial y, por tanto, imposible de creer que suceda.

Ese es uno de los más estimable méritos, como ya apunté, en la mayoría de los cuentos de Chente: hacer creíbles las fantasías que cuenta. Es una truculencia jodida porque debe embaucar al lector para que crea lo que está leyendo, a sabiendas que es imaginario. En resumidas cuentas, lo que un buen autor hace siempre es embaucar al lector; claro, sin que este se sienta embaucado; o si lo llegara a sentir, que se haga el baboso.

Otra virtud de los cuentos de Chente es la amenidad construida, en primer término, con la eficacia de la sencillez apuntalada a base de una sabia combinación de frases largas y cortas; no en el sentido matemático de largo y corto-largo y corto, sino en el intuitivo de saber la combinación que reclama el texto para su eficacia verbal; tal recurso, de paso, dota de ritmo a la narración. Sus cuentos, como la música tropical están dotados de ritmo y melodía; o a la visconversa.

Credibilidad, ritmo, musicalidad y prosa fluida son los pilares técnicos que sustentan la arquitectura literaria de la mayoría de Cuentos fantásticos de Chente.

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