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Políticas públicas locales desde el enfoque de cultura y desarrollo -5 de 5-
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Autor:
Raúl Pérez Torres
Casa de la Cultura ecuatoriana
09 de junio de 2017

Nunca quiso escucharme. La cultura es el eje transversal de toda transformación revolucionaria. Un pueblo sin cultura solamente podrá aspirar al cemento armado y al último modelo de carro. La nueva clase media olvida pronto a quien posibilitó su ascenso y se convierta en estrella semanal del  supermercado. La competencia empieza a ser la ideología de los más media y el vestido de marca se  transforma en su piel.

Dios es el mercado,  el centro comercial, la nueva iglesia, y el cliente, su esclavo fiel. La honradez, la lealtad, la solidaridad son lobos esteparios arruinados. El pueblo, gordo de avaricia tambaleándose en la nueva realidad, no sabe qué hacer con lo que tiene. Y han caído del cielo los hospitales, las universidades, las carreteras, el trabajo, el sueldo mensual, las pensiones.

Ahora si puede carajear, ahora si puede insultar, solazarse y manifestar su ego escondido. Ahora nadie le ningunea, puede hasta dilapidar y enseñorearse y pervertirse porque es su derecho; Nadie le quita su derecho. El estado vigila y propone su derecho. Se le entregó el pez sin enseñarle a pescar, analfabeto de principios y de símbolos, su egoísmo su individualidad, su mediocridad, su ambición están garantizadas.

Nunca quiso escucharme. Lo primero que define y permite una transformación es la cultura, y la cultura es la percepción que tenemos del mundo, la forma en la que accedemos al otro, la posibilidad de llenar el espíritu de una sensibilidad bondadosa.

Es la fuente de nuestro comportamiento y la herramienta para manejar el buen vivir en la sociedad, en la comunidad,  el aprendizaje diario de la generosidad y el respeto al otro. En la televisión, denigrante estereotipos de nosotros mismos. En el cine, la manera más sofisticada de asesinar a tu padre.

En la política, falsos profetas. En la administración pública, prestidigitadores del hurto. En la escuela, el implacable ejemplo de las drogas En la familia, la violencia y el alcohol como un mueble más. En  la vida cotidiana, la grosería el trato burdo, el insulto brutal. Amores eternos que terminan en la comisaría, deseos de que a nuestros hermanos les azote otro terremoto por no pensar como uno.

Por eso hay que llegar al pueblo con humildad, por eso hay que tocar sus resortes guardados para que salte su sensibilidad, por eso hay que llenarlo de poesía y de música y de literatura y de teatro y de la sabiduría y el ejemplo de los hombres y mujeres que construyeron la patria.

Por eso hay que poner en sus manos el arte, la ética y la estética, porque si para algo sirve la cultura es justamente para eso, para sensibilizarnos, para hacernos más comprensivos e incluyentes. Nunca quiso escucharme.

Y ahora la ceguera de un pueblo aturdido, de un pueblo que no se le dio la oportunidad de abrir su corazón a la cultura, da cabezazos, grita y blasfema sintiéndose olvidado y herido dispuesto a sacarte los ojos.

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